La lengua es un órgano polifacético que suele ser poco conocido y del que hoy nadie se preocupa demasiado. La lengua, día y noche ocupada en un sinfín de actividades distintas, demuestra ser un instrumento fiable, que sufre escasas averías, lo que merece, cuanto menos algo de consideración, interés y curiosidad.
Muy al contrario de lo que la mayoría de personas cree, el sentido del gusto no se encuentra en el paladar. La lengua seria aquí la protagonista.
La lengua inicia los movimientos de deglución de los alimentos y no se fatiga nunca pese a que está compuesta por 17 músculos combinados entre sí.
Las papilas gustativas se encuentran sólo en la lengua, si la observásemos atentamente veríamos que eso le confiere un aspecto aterciopelado.
Contrariamente al poco reconocimiento que se le hace a la lengua como soporte del sentido del gusto, la lengua recibe, en cambio, un excesivo encomio como instrumento de la palabra hablada. Numerosas frases hechas atribuyen a la lengua todo el protagonismo de la articulación de palabras. “Se ha ido de la lengua”, “Lo tengo en la punta de la lengua”, “Te has comido la lengua”… Pero esto no es justo, porque otras estructuras vecinas como los dientes, el paladar, la laringe y sobre todo los labios, contribuyen decisivamente a pronunciar el alfabeto, y sin embargo nadie dice “no tienes pelos en los labios” o “te has comido la laringe”.
Sin embargo, la parte de la pronunciación que corresponde a la lengua es de una precisión y una finura extraordinarias. Observemos por ejemplo, la sutil diferencia entre los movimientos de la lengua al pronunciar la letra “t” y “d” colocando en ambos casos la punta de la lengua detrás de los incisivos superiores y obteniendo los resultados apetecidos a la gran velocidad con que suelen pronunciarse estas letras en el lenguaje corriente.
Del mismo modo, la lengua se aplica al paladar para pronunciar la “L” y la “N” y con pocas diferencias en la fuerza o el área de aplicación logra esos sonidos tan necesariamente distintos. Es otro ejercicio continuo de precisión del que nosotros no somos conscientes.
Otra extraordinaria cualidad de la lengua de su capacidad táctil. En este aspecto sensorial la lengua es una campeona indiscutible. Además de necesitar una gran sensibilidad para pronuncia correctamente las letras y las palabras, la lengua precisa una enorme sensibilidad para detectar cualquier partícula intrusa y canalizarla. A la lengua le compete la misión de controlar todo lo que es susceptible de ser ingerido. La sensibilidad de la lengua puede detectar un cabello, cuyo grosor viene a ser de 50 micras.